“A su tiempo su pie resbalará”. —Deuteronomio 32:35

 

En este versículo, Dios amenaza vengarse de los israelitas impíos e incrédulos que conformaban el pueblo visible de Dios, y que vivían bajo los medios de gracia; pero que, no obstante todas las obras maravillosas a su favor, no hacían caso a sus consejos (v. 28) ni los entendían. De todos los cultivos del cielo produjeron frutos amargos y venenosos, como lo dicen los versículos que preceden al texto. La expresión que he escogido para mi texto: A su tiempo su pie resbalará parece indicar lo siguiente con respecto al castigo y la destrucción a los cuales estaban expuestos estos israelitas impíos.

1. Indica que siempre estuvieron expuestos a ser destruidos, tal como el que se para o camina en lugares resbalosos siempre está expuesto a caer. Esto im- plica la manera como será destruido, la cual se representa como sus pies resba- lando. Lo mismo expresa el Salmo 73:18: “Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer”.

2. Implica que siempre habían estado expuestos a una destrucción inesperada y repentina. Al igual como el que camina por lugares resbalosos está expuesto a caer en cualquier momento, no puede predecir si al instante siguiente seguirá de pie o caerá súbitamente, sin advertencia, lo cual también expresa el Salmo 73:18-19: “Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores”.

3. Otra cosa implicada es que caerán por su propia culpa, sin que nadie los empuje a tierra. De hecho, el que está de pie o camina en suelo resbaloso no necesita nada fuera de su propio peso que lo tire al suelo.

4. La razón por la que no han caído aún, ni caen ahora, es solo porque el tiempo señalado por Dios no ha llegado. Porque dice que cuando llegue ese momento señalado su pie resbalará. Entonces dejará que caigan por su propio peso. Dios no los seguirá sosteniendo en esos lugares resbalosos, sino que los soltará, y entonces, en ese mismo instante, caerán a su destrucción, tal como aquel que anda en un terreno en declive y resbaloso al borde de un abismo y no puede sostenerse solo: cuando lo sueltan cae instantáneamente y desaparece.

El comentario acerca de las palabras que ahora quiero enfatizar es este: “No existe nada que mantenga fuera del infierno en ningún momento a los impíos, sino simplemente la discreción de Dios”. Al decir discreción de Dios me refiero a su discreción soberana, su voluntad absoluta, no restringida por ninguna obligación ni obstaculizada por ninguna dificultad, ni ninguna otra cosa que quisiera indicar que la simple voluntad de Dios no tiene, en ningún momento, en ningún grado o en ningún sentido, nada que ver con la preservación de los impíos en ninguna instancia.

La verdad de esta observación se hace evidente al considerar lo siguiente:

1. A Dios no le falta poder para echar a los impíos al infierno en cualquier momento. Las manos de los hombres no tienen fuerza cuando Dios se levanta. Los más fuertes no tienen el poder para resistirle, ni nadie puede librarse de sus manos.

Él no solo es capaz de arrojar a los impíos en el infierno, sino que puede hacerlo con mucha facilidad. Algunas veces, las autoridades terrenales enfrentan la dificultad de no poder vencer a un rebelde que ha encontrado manera de fortificarse, y se ha hecho fuerte por la cantidad de seguidores. Pero con Dios no es así. No hay baluarte que pueda ofrecer resistencia al poder de Dios. Aunque muchos se unan y formen una gran multitud de enemigos aliados contra Dios, él los hace pedazos sin mayor dificultad. Son como manojos de paja en el torbellino, o gran cantidad de rastrojos en las llamas devoradoras. Nos es fácil pisotear y aplastar un gusano que vemos arrastrase por el suelo, también nos es fácil cortar o chamuscar un hilo delgado del cual cuelga algo; y así de fácil es para Dios, a su discreción, hacer caer a sus enemigos al infierno. ¿Qué somos nosotros para pretender hacerle frente a él ante cuya reprensión la tierra tiembla y ante quien las rocas se desploman?

2. Ellos merecen ser echados al infierno, por lo tanto la justicia divina nun- ca se interpone; no objeta el que Dios use su poder en cualquier momento para destruirlos. Más bien, por el contrario, la justicia clama pidiendo el castigo infinito de sus pecados. La justicia divina dice del árbol que produce las uvas de Sodoma: “Córtalo, ¿para qué inutiliza también la tierra?” (Luc. 13:7). La espada de la justicia divina está en cada momento blandeada sobre sus cabezas, y lo único que la detiene es la mano de deliberada misericordia y la mera voluntad de Dios.

3. Ellos ya han sido sentenciados a condenación en el infierno. No solo merecen con justicia ser arrojados en él, sino que la sentencia de la ley de Dios, esa regla eterna e inmutable de justicia que Dios ha determinado entre él y la humanidad, ha dado su fallo en contra de ellos, y bajo ese fallo permanecen de manera que van camino al infierno. “El que no cree, ya ha sido condenado” (Juan 3:18). Así que todos los inconversos pertenecen propiamente al infierno, ese es su lugar, de allí son. “Vosotros sois de abajo” (Juan 8:23), todos están amarrados allí; es el lugar que la justicia, la Palabra de Dios y la sentencia de su ley inmutable les ha asignado.

4. Ellos son ahora el objeto de esa misma cólera e ira de Dios expresadas en los tormentos del infierno. Y la razón por la que no descienden al infierno a cada momento, no es porque Dios, bajo cuyo poder se encuentran, no esté en ese preciso momento airado con ellos, como lo está con las muchas criaturas desgraciadas que ahora están siendo atormentadas en el infierno, donde sienten y viven el furor de su ira. Sí, Dios está mucho más airado con muchos ahora sobre la tierra, aun sin duda con algunos que leen este folleto quienes, creyéndose a salvo, se encuentran en las mismas condiciones que aquellos que ahora están en las llamas del infierno.

Pero no es porque Dios pase por alto su impiedad ni se ofenda, que no actúa y los quita de en medio. Dios no es para nada como ellos, aunque se creen que lo es. La ira de Dios arde en contra de ellos, su condenación no duerme; el abismo está preparado, el fuego está listo, la caldera está caliente, todo dispuesto para recibirlos; las llamas rugen y arden. La espada resplandeciente y afilada está blandida sobre ellos y el abismo ha abierto su boca debajo de ellos.

5. El diablo está listo para arremeter contra ellos y tomarlos como suyos en el preciso instante que Dios se lo permita. Le pertenecen a él; posee sus almas y están bajo su dominio. Las Escrituras los presentan como su posesión (Luc. 11:21). Los demonios los vigilan, siempre están a su lado, los están esperando como leones hambrientos y codiciosos que ven su presa y esperan tenerla, pero por el momento se retiene. Si Dios retirara su mano que los detiene, arremeterían sobre sus pobres almas. La serpiente antigua los ansía, el infierno abre su amplia boca para recibirlos; y si Dios lo permitiera, serían rápidamente tragados y perdidos.

6. Reinan en el alma de los impíos esos principios infernales que se encenderían y flamearían en el infierno ya mismo si no fuera porque Dios los refrena. En la naturaleza misma del hombre carnal está el fundamento de los tormentos del infierno. Están esos principios corruptos que reinan en ellos y los poseen plenamente, que constituyen la semilla del fuego del infierno. Los principios están activos y son poderosos, son excesivamente violentos en su naturaleza, y si no fuera por la mano restrictiva de Dios sobre ellos, pronto estallarían y arderían de la misma manera como lo hacen la corrupción y enemistad en los corazones de las almas ya en condenación, y engendrarían los mismos tormentos que engendran en estos. Las almas de los impíos son comparadas en la Escrituras con el tempestuoso mar (Isa. 57:20). Por ahora, Dios refrena la maldad de ellos con su gran poder, como lo hace con las olas embravecidas del mar, diciendo: “Hasta aquí llegarás, y de aquí no pasarás”, pero si Dios retirara ese poder frenador, arrasaría con todo. El pecado es la ruina y la perdición del alma, es destructivo en su naturaleza, y si Dios no lo restringiera, ya no necesitaría ninguna otra cosa para hacer sufrir más al alma. La corrupción del corazón del hombre es inmoderada e ilimitada en su furor; y mientras vivan aquí los impíos es como un fuego contenido por el curso de la naturaleza; y como el corazón ahora es todo pecado, de no ser restringido, al instante convertiría al alma en un horno ardiente, o en una caldera de fuego y azufre.

7. El hecho de que la muerte no sea algo visible, no es, en ningún momento, ninguna seguridad para los impíos. No es ninguna seguridad para el hombre natural el hecho de que ahora goce de buena salud, ni que no contemple la posibilidad de partir de este mundo inmediatamente por algún accidente, ni el que no perciba ningún peligro en ningún aspecto en sus circunstancias presentes. Las multifacéticas y continuas experiencias de toda la humanidad prueban que el hombre se encuentra siempre al borde de la eternidad, de que su próximo paso puede ser a otro mundo. Las maneras invisibles e insospechadas de cómo las personas parten de este mundo son innumerables e inconcebibles. Los inconversos caminan sobre el abismo del infierno sobre una cobertura podrida, y hay incontables lugares en esta cobertura que son muy débiles e imperceptibles. Las flechas de la muerte vuelan al mediodía y ni la vista más aguda las puede discernir. Dios tiene tantas maneras diferentes y inexplicables de sacar a los impíos de este mundo y de mandarlos al infierno, que nada hay que haga parecer que Dios necesita depender de un milagro, o que debe cambiar el curso normal de su providencia para destruir en cualquier momento al impío que quiera. Todas las maneras como los pecadores pueden partir de este mundo están tan en las manos de Dios, tan universal y absolutamente sujetas a su poder y determinación, que no depende de nada que no sea sencillamente la voluntad de Dios el que los pecadores se vayan en cualquier momento al infierno, o que todavía sigan aquí.

8. La prudencia del hombre natural y el cuidado de su propia vida o el cuidado de otros para preservarla, no le aseguran ni un instante de vida. La providencia divina y la experiencia universal dan testimonio de esto. Existe esta clara evidencia de que la sabiduría propia del hombre no lo asegura contra la muerte. Si fuera de otro modo, veríamos algunas diferencias entre los sabios y políticos del mundo y otros, en cuanto a su propensión a una muerte temprana e inesperada. En cambio, ¿cuál es la realidad? “También morirá el sabio como el necio” (Ecl. 2:16).

9. Todos los esfuerzos y maquinaciones que los impíos usan para escapar del infierno, a la vez que rechazan a Cristo y siguen siendo impíos, no los libera del infierno ni por un instante. Casi todos los hombre naturales que se enteran del infierno, se engañan creyendo que escaparán, que su propia seguridad depende de ellos mismos, se felicitan por lo que han logrado, y lo que están logrando y por lo que tienen la intención de lograr; cada uno hace su propio razonamiento: cómo evitará la condenación y se felicita de que planea bien lo suyo, y que sus estratagemas no fallarán. Oye decir que pocos se salvan, y que la mayoría de los hombres que han muerto hasta ahora se han ido al infierno; pero cada uno se imagina que tiene un plan más eficaz que los demás para escapar. No tiene ninguna intención de ir a ese lugar de tormento; se dice en su interior que se encargará de que eso no suceda y organiza sus cosas de modo que no fallará.

Pero los hijos necios de los hombres se engañan miserablemente con sus propias estrategias y confiando en su propia fuerza y sabiduría; no confían en más que una mera sombra. La mayoría de esos que hasta ahora han vivido bajo esas mismas esperanzas, ahora han muerto e indudablemente ido al infierno; y no ha sido porque fueran menos sabios que los que ahora viven, no ha sido porque no organizaran sus asuntos tan bien con miras a asegurarse su propia liberación. Si pudiéramos acercarnos y hablar con ellos y preguntarles, uno por uno, qué esperaban cuando vivos, y cuando escuchaban hablar del infierno, de estar sujetos a ese sufrimiento, oiríamos que cada uno responde: “No, mi intención nunca fue terminar aquí; yo ya había planeado otra cosa; pensaba que mi estratagema era buena. Pensaba encargarme de todo, pero esto me sucedió de pronto, no esperaba que fuera así, me sorprendió como ladrón en la noche. La muerte se burló de mí; la ira de Dios fue demasiado rápida para mí. ¡Oh mi maldita insensatez! Me engañaba a mí mismo, y me complacía a mí mismo con sueños vanos de lo que pensaba haría en el más allá, y cuando hablaba de paz y seguridad, vino sobre mí la destrucción repentina”.

10. Dios no ha asumido ninguna obligación, ni ha hecho ninguna promesa de resguardar en ningún momento al hombre natural del infierno. Dios no ha hecho ninguna promesa de vida eterna, ni de liberación o preservación de una muerte eterna, aparte de lo que estipula en su pacto de gracia: las promesas dadas en Cristo en quien todas las promesas son sí y amén. Pero los que no tienen ningún interés en la promesa del pacto de gracia y que no son hijos del pacto, que no creen en ninguna de las promesas, no tienen interés alguno en el Mediador del pacto.

De modo que, cualquier cosa que algunos se han imaginado o supuesto acerca de las promesas al hombre natural que sinceramente busca respuestas, podemos afirmar sin equivocarnos que todo lo que el hombre natural acepte como religión, y cualesquiera que sean sus oraciones, hasta que crea en Cristo, Dios no tiene ninguna obligación de librarlo en ningún momento de la destrucción eterna.

Entonces es así que el hombre natural sostenido en la mano de Dios extendida sobre el abismo del infierno, merece ese fuego del abismo, ya está sentenciado a él, y Dios está muy encolerizado: su ira es tan grande hacia él como la que siente por los que de hecho están sufriendo en el infierno la intensidad de su ira y nada han podido hacer para apaciguarla. Ni está Dios comprometido por ninguna promesa de seguir sosteniéndolo ni siquiera un momento. El diablo lo espera, el infierno lo ansía, las llamas se reúnen y centellean a su alrededor y lo atraparán y devorarán. El fuego reprimido en su corazón lucha por escapar y no tiene interés en ningún Mediador. No hay ningún medio a su alcance que le dé seguridad. En resumen, el hombre natural no tiene ningún refugio, nada a que aferrarse; lo único que lo preserva es la voluntad absoluta de un Dios encolerizado, no de ningún pacto ni ninguna obligación de ser paciente.

Aplicación

La presentación de este terrible tema tiene el propósito de despertar a los inconversos y llevarlos a una convicción del peligro que corren. Esto que has escuchado es el caso de cada persona sin Cristo. Ese mundo de sufrimiento, ese lago de azufre ardiente, se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de las llamas abrasadoras de la ira de Dios; allí está la boca inmensa del infierno abierta de par en par y tú no tienes nada que te sostenga, nada a lo cual aferrarte; no hay nada más que aire entre tú y el infierno. Es solo el poder y la simple voluntad de Dios que te impide caer.

Es posible que no estés consciente de esto, sabes que no estás en el infierno, pero no ves la mano de Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como ser tu buena salud, el hecho de que te cuidas y los medios que usas para tu subsistencia. Pero la realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su mano, esas cosas no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener a alguien suspendido de él.

Tu iniquidad te hace, por así decirlo, pesado como el plomo y te haría caer con gran peso y presión hacia el infierno, y si Dios te soltara, te hundirías inmediatamente, cayendo velozmente en el abismo sin fondo; y tu buena salud, el hecho de que te cuides y los medios usados para tu subsistencia, y toda tu justicia y rectitud no tendrían ninguna influencia para sostenerte e impedir que caigas al infierno, tal como una tela de araña no puede detener una roca al caer. De no ser por la voluntad soberana de Dios, la tierra no te sostendría ni un instante porque eres una carga para ella. La creación gime contigo, todas las criaturas están sujetas involuntariamente a la esclavitud de tu corrupción, el sol no brilla voluntariamente sobre ti para darte luz y para que sirvas al pecado y a Satanás; la tierra no da sus frutos voluntariamente para satisfacer tus pasiones, ni es voluntariamente el escenario sobre el cual cometes tus impiedades; el aire no te da voluntariamente el aliento para mantener en ti el hálito de vida mientras pasas tu vida sirviendo a los enemigos de Dios. Las criaturas de Dios son buenas y fueron hechas para que el hombre sirviera con ellas a Dios; y no es voluntariamente que se prestan para ningún otro propósito, y gimen cuando sufren abusos para cumplir propósitos tan directamente contrarios a su naturaleza y finalidad. Y el mundo te vomitaría, si no fuera por la mano soberana de aquel que lo sujeta con esperanza. Las sombrías nubes de la ira de Dios flotan ahora directamente sobre tu cabeza, llenas de terribles tempestades y truenos, y de no ser por la mano restringente de Dios irrumpirían inmediatamente sobre ti. La voluntad soberana de Dios por ahora detiene el ventarrón, de otra manera llegaría con furia, y la destrucción llegaría como un remolino y sería como la paja del suelo trillado del verano.

La ira de Dios es como aguas caudalosas que están refrenadas por ahora; pero aumentan más y más, y suben más y más, hasta que se les da salida, y cuanto más se les deja subir, con más velocidad y poder será su corriente cuando por fin se sueltan. Es cierto que el juicio contra tus obras perversas no se ha ejecutado todavía, los diluvios de la venganza han sido retenidos, pero mientras tanto, tu culpa aumenta constantemente, día tras día va juntando más ira y no es sino por la simple voluntad de Dios que detiene las aguas que no quieren ser detenidas y presionan fuertemente para salir. Si Dios tan solo retirara su mano de la compuerta, se abriría inmediatamente, y los feroces diluvios del furor y la ira de Dios arremeterían con una furia inconcebible, y caería sobre ti con poder omnipotente, y si tu fuerza fuera diez mil veces mayor de lo que es, hasta diez mil veces mayor que la fuerza del diablo más poderoso en el infierno, no sería nada para detenerla o resistirla.

El arco de la ira de Dios está encorvado, la flecha lista en la cuerda, y la justicia apunta la flecha a tu corazón y estira el arco. No es otra cosa sino la mera determinación de Dios, y este un Dios airado, sin haber hecho ninguna promesa o tener ninguna obligación, que evita que la flecha se embriague con tu sangre.

Así que todos ustedes que nunca han pasado por un gran cambio de corazón, realizado por el gran poder del Espíritu de Dios sobre sus almas, todos los que nunca han nacido de nuevo, ni han sido hechas nuevas criaturas, ni han sido levantados de la muerte del pecado a un nuevo estado se encuentran en las manos de un Dios airado. Aunque hayan reformado muchas cosas en su vida y muchos hayan sentido afecto por la religión y pueden conservar una forma de religión en sus familias, hogares y en la casa de Dios, no es más que por su pura voluntad que impide que sean este mismo momento tragados en una destrucción eterna.

No importa lo poco convencidos que estén ahora de la verdad que oyen, a su tiempo estarán plenamente convencidos de ella. Los que han partido estando en las mismas circunstancias en que se encuentran ustedes, testifican que así fue con ellos, porque la mayoría de ellos sufrió una destrucción repentina e inesperada mientras creían que vivían tranquilos y seguros. Ahora comprueban que esas cosas de las que dependían para su paz y seguridad, no eran más que un soplo y una sombra vacía.

El Dios que te mantiene sobre el abismo del infierno, muy parecido a como uno sujeta una araña o un insecto repugnante sobre el fuego, te aborrece y está enardecido; su ira contra ti arde como fuego; te considera indigno de otra cosa que no sea ser echado en el fuego, sus ojos son tan puros que no aguantan mirarte, eres diez veces más abominable a sus ojos que la peor serpiente venenosa es a los nuestros. Tú lo has ofendido infinitamente más que cualquier rebelde obstinado lo haya hecho contra su gobierno, y sin embargo no es otra cosa que su mano lo que te detiene de caer en el fuego en cualquier momento. Es solo por eso y ninguna otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste despertar una vez más en este mundo después de haber cerrado tus ojos para dormir, y no hay ninguna otra razón sino la mano de Dios, por la cual no has caído en el infierno desde que te levantaste esta mañana. No hay otra razón, fuera de su misericordia, que mientras lees este escrito, en este mismo momento, no caes en el infierno.

¡Oh pecador, considera el terrible peligro en que te encuentras! Es un gran horno de ira, un abismo ancho y sin fondo, lleno del fuego de ira, el que tienes debajo al ser sostenido por la mano de ese Dios cuya ira has provocado y encendido tanto como lo hicieron muchos de los condenados en el infierno. Cuelgas de un hilo, con las llamas de la ira divina flameando alrededor y amenazando quemarlo en cualquier momento; y no obstante, no tienes interés en ningún Mediador, y nada de qué agarrarte para salvarte, nada para escapar de las llamas de la ira, nada que sea tuyo, nada de lo que has hecho, nada que puedas hacer para convencer a Dios que te libre, aunque sea por un instante.

Y considera ahora más particularmente

1. De quién es la ira. Es la ira del Dios infinito. Si fuera solo la ira del hombre, aunque fuera del príncipe más poderoso, sería comparativamente pequeña para tener en cuenta. La ira de los gobernantes es para temer, especialmente si son absolutos y tienen bajo su poder las posesiones y vidas de sus súbditos para hacer con ellas lo que quieran. “Como rugido de cachorro de león es el terror del rey; el que lo enfurece peca contra sí mismo” (Prov. 20:2). El súbdito que provoca la ira de un gobierno arbitrario se expone a sufrir los tormentos más extremos que el ser humano pueda inventar o que el poder humano pueda in- fligir. Pero los más grandes potentados terrenales, en su máxima majestad y fuerza, cuando demuestran los horrores de lo que son capaces, no son más que gusanos débiles y despreciables en el polvo, en comparación con el gran y todopoderoso Creador y Rey del cielo y de la tierra. Aquellos muy poco pueden hacer cuando se enfurecen y cuando exteriorizan lo peor de su furor. Todos los reyes sobre la tierra, delante de Dios, son como langostas; no son nada, y menos que nada, tanto su amor como su odio deben ser despreciados profundamente. La ira del gran Rey de reyes, es mucho más terrible que el de ellos, y mayor es su majestad. “Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed” (Luc. 12:4-5).

2. Es el furor de su ira a lo que estás expuesto. Con frecuencia leemos acer- ca del furor de Dios, como en Isaías 59:18: “Como para vindicación, como para retribuir con ira a sus enemigos, y dar el pago a sus adversarios”. Y también en Isaías 66:15: “Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fue- go”. Y de la misma forma, en muchos otros lugares. Así leemos del “lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso” (Apoc. 19:15). Las palabras son extremadamente terribles. Si hubiera dicho sencillamente, “La ira de Dios”, las palabras hubieran implicado algo infinitamente terrible, pero se trata del “furor y la ira de Dios” ––¡la furia de Dios!–– ¡el furor de Jehová! ¡Ay, qué espantoso debe ser! ¿Quién puede explicar o concebir lo que implican estas expresiones? Pero además es “el furor y la ira del Dios Todopoderoso”; como si ocurriese una grandísima manifestación de su poder todopoderoso en lo que el furor de su ira infligiría; como si la Omnipotencia estuviera, por así decir, encolerizada y ardorosa, tal como los hombres actúan ardorosamente encolerizados en el furor de su ira. Entonces, ¿cuál será la consecuencia? ¿Qué sucederá con el pobre gusano que es objeto de esa ira? ¿Quién puede mantenerse fuerte, y qué corazón lo puede soportar? ¡A qué profundidad inexpresable e inconcebible de sufrimiento tiene que hundirse la pobre criatura que es objeto de esto!

Considera esto, tú que estás en un estado no regenerado. El que Dios de he- cho ejecute el furor de su ira implica que descargará su ira sin compasión. Cuando Dios contempla lo extremadamente indescriptible de tu caso, y ve que tu tormento supera desproporcionadamente tus fuerzas, y ve que tu pobre espíritu es aplastado y se hunde, por así decir, en tinieblas infinitas, no tendrá compasión de ti, no vacilará en la ejecución de su ira ni alivianará para nada su mano: no habrá moderación ni misericordia, ni detendrá Dios a su torbellino: no se interesará por tu bienestar, ni se cuidará de que no sufras demasiado en ningún otro sentido, sino solo que no sufras más de lo que la justicia estrictamente requiere. Nada será retenido por el simple hecho de que sea demasia- do fuerte de sobrellevar. “Pues también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré” (Eze. 8:18). En cambio, es ahora cuando Dios está dispuesto a tenerte compasión, este es el día de misericordia, ahora puedes clamar con esperanza de recibir misericordia. Pero una vez que el día de misericordia haya pasado, tus gritos y alaridos más lamentosos y dolorosos serán en vano, estarás total- mente perdido y descartado por Dios, quien no se interesará de tu bienestar. Dios no tendrá nada más que hacer contigo que causarte sufrimientos, ¡tu existencia será para ese único fin! Porque serás una copa de ira hecha para destrucción, y no habrá ningún otro uso para esta copa fuera de ser llenada de la ira divina. Dios distará tanto de tenerte compasión cuando clamas a él que solamente “reirá y se burlará”. “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis; cuando viniere como una destrucción lo que teméis, vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia. Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos. Porque el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder” (Prov. 1:24-32).

Qué terribles son las palabras del Dios Todopoderoso: “He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis ropas” (Isaías 63:3). Es probablemente imposible concebir palabras que expresen mejor estas tres cosas en toda su magnitud que: desprecio, odio y furiosa indignación. Si clamas a Dios pidiendo misericordia, tan lejos está de sentir compasión por ti en tu lúgubre estado o de mostrarte ningún favor que, en cambio, te hollará bajo sus pies, y aunque sepa que no puedes soportar el peso de su Omnipoten- cia sobre ti, no te tendrá ninguna consideración, sino que te aplastará bajo sus pies sin misericordia; te desangrará y tu sangre salpicará sus vestidos, tanto que los manchará completamente. No solo te aborrecerá, sino que te despreciará totalmente; no habrá ningún lugar donde merezcas estar sino debajo de sus pies para ser hollado como el fango en la calle.

3. El sufrimiento al que estás expuesto es aquel que Dios te causará a fin de mostrarte lo que es su ira. Dios quiere mostrar a los ángeles y a los hombres tanto la excelencia de su amor como lo terrible de su ira. A veces los reyes terrenales quieren demostrar lo terrible de su ira con castigos extremos a los que los han provocado. Nabucodonosor, poderoso y orgulloso monarca del imperio caldeo, quiso mostrar su ira cuando lo encolerizaron Sadrac, Mesac y Abednego, dando la orden de que fueran echados al horno de fuego y que este fuera siete veces más caliente que antes. Sin duda, su cólera había llegado al colmo. El Dios grande también está dispuesto a demostrar su ira y magnificar su terrible majestad y gran poder por medio del sufrimiento extremo de sus enemigos. “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción” (Rom. 9:22). Y porque su designio es demostrar qué terrible es su ira totalmente desatada con todo su furor y cólera, lo hará. Hará que suceda, y logrará algo que será contemplado con horror. Cuando el Dios grande y airado se ha levantado y ejecutado su terrible venganza contra el pobre pecador, y el desgraciado de hecho sufre el peso infinito de su indignación, Dios convocará a todo el uni- verso para que contemple la terrible majestad y el gran poder que aquello demuestra. “Y los pueblos serán como cal quemada; como espinos cortados serán quemados con fuego. Oíd, los que estáis lejos, lo que he hecho; y vosotros los que estáis cerca, conoced mi poder. Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (Isa. 33:12-14).

Así será contigo si eres inconverso, y te propones seguir siéndolo. El poder infinito, la majestad y lo horroroso del Dios omnipotente en toda su magnitud será demostrado sobre ti en la fuerza inconcebible de los tormentos que sufrirás. Serás atormentando en la presencia de los santos ángeles y en la presencia del Cordero; y cuando estés sufriendo, los habitantes gloriosos del cielo se acercarán y contemplarán el terrible espectáculo para que puedan ver lo que es la ira y la ferocidad del Todopoderoso, y cuando lo han visto, caerán delante de él y lo adorarán por su gran poder y majestad. “Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová. Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; por- que su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre” (Isa. 66:23-24).

4. Es una ira eterna. Sería terrible sufrir aun por un instante el furor y la ira del Dios Todopoderoso, pero lo que sufrirás será por toda la eternidad. Este sufrimiento horrible no tendrá fin. Cuando mires hacia el futuro, verás una larga eternidad, una duración sin fin delante de ti que consumirá tus pensamientos y sorprenderá tu alma, y perderás toda esperanza de alguna liberación, algún final y alguna disminución de tus sufrimientos; comprenderás que tendrás que pasar largos millones y millones de siglos luchando y contendiendo con esta venganza todopoderosa y sin misericordia; y cuando llegues a ese punto, cuando hayas pasado muchas eras en este estado, sabrás que es apenas un pedacito de lo que todavía falta. De manera que tu castigo será verdaderamente infinito. ¡Oh, quién pudiera expresar lo que es el estado de un alma en tales circunstancias! Todo lo que pudiéramos decir de ellas es apenas una débil y muy deficiente y apagada representación de esa condición, es inexpresable e inconcebible, porque “¿quién conoce el poder de la ira de Dios?”

¡Qué terrible es el estado de los que cada día y a cada hora están en peligro de ser objeto de esta gran ira e infinito sufrimiento! Pero tal es el triste caso de cada alma que no ha nacido de nuevo, no importa lo moral y estricta, sobria y religiosa que pueda ser. ¡Oh, si tan solo consideraras esto, ya seas joven o anciano! Hay razón para temer que hay muchos que leerán este escrito, o que han oído el evangelio, que serán objeto de justamente este sufrimiento por toda la eternidad. No sabemos quienes son, o lo que piensan. Puede ser que ahora se sientan tranquilos, y que oigan estas cosas sin alterarse, y se engañen diciendo que eso no se aplica a ellos, asegurándose a sí mismos que escaparán. Si supiéramos que hay una persona, apenas una, entre las que conocemos, que estaría sujeto a este sufrimiento, ¡qué horrible sería tener que pensarlo! Si supiéramos quién es, ¡qué espectáculo horrible sería verlo! ¡Cómo se levantaría el lamento amargo por él! Pero ¡ay! ¡Cuántos recordarán este mensaje en el infierno! Y algunos quizá estén en el infierno dentro de poco, aun antes de fin de año. Y no sorprendería el que algunos lectores que ahora gozan de buena salud, que se encuentran tranquilos y seguros, estarán allí antes de mañana a la mañana. ¡Tú que sigues el curso natural de tu vida, que serás librado por un tiempo del infierno, ¡allí estarás dentro de poco! Tu condenación no duerme, vendrá pronto, y muy probablemente, muy súbitamente. Tienes razón para preguntarte por qué no estás ya en el infierno. Es indudable que algunos que has visto o conocido, que no merecían el infierno más que tú, y que tenían buenas perspectivas de seguir vivos como tú, ya han partido. Su caso ya no tie- ne esperanza. Están clamando en su sufrimiento extremo y total desespera- ción; pero aquí sigues tú en la tierra de los vivientes, bendecido con la Biblia y los días de descanso y los siervos del Señor, y tienes la oportunidad de obtener salvación. ¿Qué darían esas pobres almas ya sufriendo su condenación y sin esperanza por un día con la oportunidad como el que ahora disfrutas?

Y ahora tienes una oportunidad extraordinaria, un día en el que Cristo tiene la puerta de su misericordia abierta de par en par, y llama, clama a gran voz a los pobres pecadores, y montones vienen a él y entran en el reino de Dios; cada día vienen del oriente, occidente, norte y sur; muchos hasta hace poco se en- contraban en la misma condición espantosa en que estás tú, pero ahora están felices con sus corazones llenos de amor por él quien los ha amado y limpiado de sus pecados con su propia sangre, regocijándose en la esperanza de la gloria de Dios. ¡Qué horrible es ser dejado atrás en un día tal y ver a tantos otros festejando mientras que tú te estás consumiendo y pereciendo! ¡Ver a tantos regocijándose y cantando por el gozo que tienen en su corazón, mientras que tú sigues teniendo razón para lamentarte con un corazón triste y un espíritu atribulado! ¿Cómo puedes descansar un momento en esta condición? ¿No es tu alma tan valiosa como las almas de los muchos que acuden cada día a Cristo?

¿Hay entre los lectores muchos que han vivido largo tiempo, pero que hasta ahora no han nacido de nuevo, y por lo tanto no son del pueblo de Dios, y desde su nacimiento no han hecho más que amontonar ira para el día de ira? Oh, amigo, tu caso es extremadamente peligroso. Tu culpabilidad y dureza de corazón son extremadamente grandes. ¿No ves cómo, por lo general, las personas de tu edad son pasadas por alto y dejadas aquí, solo por la misericordia de Dios? Tienes que reflexionar en ti mismo, y despertar bien de tu sueño: no puedes aguantar el furor y la ira del Dios infinito.

Y tú, joven y señorita, ¿descuidarás esta época preciosa que ahora disfrutas cuando tantos otros de tu edad están renunciando a sus vanidades juveniles y acudiendo a Cristo? Tú en especial, tienes ahora una oportunidad, pero si la descuidas, sucederá contigo lo que sucedió con aquellos que pasaron todos los hermosos días de la juventud en pecado, y sufren ahora de ceguera y dureza de corazón.

Y tú niño, que no te has convertido, ¿no sabes que te vas a ir al infierno para sufrir la terrible ira de Dios, quien ahora está enojado contigo cada día y cada noche? ¿Te contentarás con ser hijo del diablo, cuando tantos niños en esta tierra se convierten y llegan a ser hijos santos y felices del Rey de reyes?

Y cada uno que todavía no tiene a Cristo y cuelga sobre el abismo del infierno, sea anciano o de mediana edad, o joven o niño, ¡atienda ahora los claros llamados de la palabra y la providencia de Dios! Este año aceptable del Señor, sin duda será para algunos un día de gran misericordia, para otros, un día de gran venganza. El corazón de los hombres se endurece y su culpabilidad aumenta sin pausa en un día como este, si descuidan su alma. Nunca hubo una época cuando se emplearan tantos medios para la salvación del alma, y si los descuidas completamente, maldecirás eternamente el día que naciste. Ahora, como sin duda sucedió en la época de Juan el Bautista, el hacha apunta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.

Por lo tanto, todo aquel que está sin Cristo, despierte este instante y huya de la ira venidera. La ira del Dios Todopoderoso se cierne ahora sobre cada pecador no regenerado. Cada uno huya de Sodoma: “Escapa por tu vida; no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas”.

Jonathan Edwards