“Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.”
[Salmo 5:3]

 

En nuestro texto, que ciertamente alude a la oración privada del creyente, se puede recoger la verdad de cómo el creyente verdadero ha de buscar presentarse delante de su Dios para rendirle adoración y traerle su mayordomía de su tiempo, dinero y trabajo.

Y sin duda el escenario por excelencia para ofrecer tales mayordomías es el culto de adoración pública en la reunión de Su iglesia.

Por tanto el creyente ha de organizarse, ha de administrarse para rendir su mayordomía a su amado Señor. No tomará a la ligera el día en que le toca presentarse a rendir cuentas delante de su Amo y rendirle su adoración: hará todos los preparativos necesarios desde un día antes para ese día estar listo y presentarse delante de Él.

Así que se cuidará aún de todo aquello que pudiera ocasionarle un retraso o un mal servicio a su Señor. Los hombres se arreglan, se perfuman, se levantan temprano y hasta se lavan los dientes para estar presentables para su trabajo secular; y sobre todo cuando tienen que ver a un cliente, procuran incluso dormir bien la noche anterior para no ofender a su cliente con bostezos o desatención.

Nosotros no nos desvelamos cuando sabemos que al día siguiente tenemos que levantarnos temprano para ir a trabajar. Mucho menos nos desvelamos cuando, a la mañana siguiente, tenemos una cita importante; ya sea con el médico, la escuela o un compromiso importante del trabajo secular.
Pero ¿No es lamentable que no demos la misma importancia a las cosas del Señor?
Diciéndonos parte del Reino de Dios ¿No es lamentable que no demos el mismo trato de importancia, o mayor, a Dios y Su Reino?

Adicionalmente debiéramos considerar que, aunque él no es nada, el predicador se esforzó para preparar un sermón que trajese edificación a la iglesia. El predicador sacrificó su tiempo libre y hasta el tiempo de su familia para preparar su sermón; no dio la debida atención y convivencia para su familia para preparar los sermones que escuchamos los domingos, para que los escuchemos de mala gana o cabeceando y dormitando durante su exposición.

No debemos olvidar delante de Quien nos estamos presentando —no del predicador— sino del Dios de la gloria que nos mandó separar este día para el servicio y adoración de Él y no debemos pensar que es menos importante que nuestro empleo secular o nuestras otras actividades sino todo lo contrario.

El día del Señor debemos estar más presentables que el resto de los días, el día del Señor debemos estar más limpios que el resto de los días, el día del Señor debemos estar más frescos que el resto de los días, el día del Señor debemos estar más dispuestos a los deberes piadosos que el resto de los días.

Así que preparémonos para Su servicio desde un día antes, si es necesario; organicemos todas nuestras actividades y nuestro tiempo para estar libres para adorarle a Él en Su santa convocación. Durmámonos el día anterior más temprano que de costumbre para estar sobrios y atentos a Su voz en Su día.

Que nuestro buen Señor bendiga abundantemente Su Palabra en nuestros corazones.